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Compañerismo en las fallas de los 70.



   El francés y la mecanografía que aprendí en Suiza, me sirvió para poder trabajar como auxiliar administrativa durante 12 años en la misma empresa, hasta que lo dejé para casarme.

     Conservo un gran recuerdo de mis jefes y de todos mis compañeros, que, aunque éramos distintos en nuestra forma de pensar y nuestra forma de ser, nos llevábamos muy bien.
     Cuando llegaban las fallas, esa semana, nos íbamos en un grupo de siete u ocho compañeros todos juntos a ver la “Mascletà”. Nos gustaba ponernos debajo del Ayuntamiento, porque queríamos estar lo más cerca posible y de ese modo sentir el olor a pólvora que nos envolvía, y al propio tiempo nos estremecíamos por el inmenso ruido que formaba su explosión continuada. Vibrábamos todos de alegría y siempre terminábamos saltando y aplaudiendo en la apoteosis final. Luego nos íbamos corriendo a buscar un bar donde poder comer y beber porque estábamos hambrientos y sedientos. Nosotros sabíamos que si nos dábamos prisa encontraríamos mesa, pues siempre íbamos al mismo sitio. No nos podíamos entretener demasiado porque pronto se hacía la hora de regresar al trabajo; así todos los días hasta finalizar la semana fallera.
  
   Otra cosa que guardo en mi recuerdo en todo ese tiempo en la empresa, es que a la hora del almuerzo, cada cual llevábamos a la oficina nuestro pequeño bocadillo y una pieza de fruta para después, pero esa pieza de fruta era compartida, porque al propio tiempo que dábamos, recibíamos, y mi jefa era una de ellas. Por eso no es de extrañar que diga que me acuerdo mucho y no es para menos, porque nos encontrábamos a gusto trabajando.
   
    Siempre que llegaba el día del santo de los jefes, nos invitaban a comer a su casa. Era una comida extra y ambientada con música suave.