En los centros
culturales donde nos reuníamos para hacer lectura de cuentos y poesía, me
conocían más por ser la autora de cuentos del Gallo Kiriko que por mí misma.
Como también escribo poesías, igual leía una cosa que otra. A veces he recitado
alguna poesía en público y la gente se ha emocionado tanto que hasta se les
veía llorar. Sus aplausos me daban a entender que verdaderamente les había
gustado, con lo cual yo me quedaba muy satisfecha. Y es que yo disfruto al
máximo con todos estos dones que me ha regalado Dios, entre ellos inspiración para pintar y escribir.
Escribo por
inspiración, es algo tan sublime y fuerte a la vez... He de aprovechar cada
instante en tomar notas rápidas para que no se me pierda la idea, que más tarde
voy ampliando. Voy a contar lo que me ocurrió cuando escribía mi novela:
HELENE, pues bien, me encontraba por la mitad del borrador cuando de pronto me
planteé lo siguiente: la novela va bien, pero vaya lío en que me he metido
¡Vaya follón! ¿Cómo voy a saber encontrar un buen desenlace? Me acosté
realmente preocupada, pues no le veía yo ninguna salida. A las cuatro de la
madrugada me desvelé, no podía dormir y empecé a dar vueltas en la cama, hasta
que, y en cuestión de segundos, lo ví
pasar por mi mente, algo así como una película, era el final perfecto que yo
necesitaba para mi novela. Entonces salté de la cama y me fui corriendo a tomar
nota rápidamente, tan rápido, que ni yo misma podía entender mi letra, tenía
que ser así porque de otro modo, se me podía escapar algo; pero lo escribí todo
tal como yo lo había percibido, dándome perfecta cuenta de que ése era
precisamente el mejor final que yo podía escribir.
También hice un cursillo sobre la técnica y estructura del
relato corto que más adelante me ayudaría en otras ocasiones.